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31.8.10

Principales Desafíos de Energéticos de Chile

Durante los últimos años el consumo energético de Chile ha experimentado un importante crecimiento, particularmente en el sector eléctrico. De hecho, durante la última década el consumo energético total creció a una tasa del 2,8 por ciento anual, pero el consumo eléctrico lo hizo a un ritmo del 6,0 por ciento, acorde a la cifras de la propia Comisión Nacional de Energía (CNE).
Actualmente, además el consumo energético nacional es abastecido principalmente con combustibles fósiles. El petróleo representa el 41 por ciento del consumo primario, el gas natural el 16 por ciento y el carbón otro 16 por ciento. En consecuencia, los hidrocarburos equivalen al 73 por ciento del consumo primario, la leña al 19 por ciento y la hidroelectricidad al 8 por ciento[1].
Dado el agotamiento de los recursos fósiles nacionales, el país además ha aumentado las importaciones de petróleo, gas natural y carbón considerablemente, en los años recientes.
En porcentajes, en 2007 Chile importó un 68 por ciento de la energía que consumió, pero al analizar la dependencia externa en función de los tipos de energía, se observa que casi la totalidad del petróleo y el carbón fue importado, mientras que un 61 por ciento del gas natural tuvo esa condición. Sólo la hidroelectricidad y la leña fueron abastecidas domésticamente[2].
Proyectando el consumo de energía de Chile al año 2030, en base a los patrones actuales, se estima que éste crecerá a una tasa cercana al 5,4 por ciento anual, según se presenta en el informe entregado a la Biblioteca del Congreso Nacional. Las fuentes energéticas más relevantes serán en ese horizonte el petróleo y sus derivados, la electricidad y la leña.
Mientras en 2007 éstas tres fuentes de energía representaron un 69 por ciento del consumo total, se espera que en 2030 equivalgan a un 78 por ciento. A su vez, se estima que mientras el consumo relativo del petróleo y sus derivados tendería a aumentar, el consumo relativo de electricidad y leña disminuiría[3].
En otras palabras, se espera que al año 2030 Chile será aún más dependiente de fuentes energéticas fósiles importadas que en la actualidad, si no adopta cambios en sus políticas.
Si bien se proyecta que el año 2030 el abastecimiento global de combustibles fósiles no debería ser mayormente afectado, la literatura internacional plantea que a partir de entonces la competencia mundial por acceder a su suministro experimentará un alza considerable, que implicará riesgos para la seguridad energética.
No sólo se espera que el precio internacional de los combustibles fósiles se incremente significativamente a mediano y largo plazo, sino que también retrocedan sus reservas, especialmente para el petróleo y el gas natural.
De hecho, se estima que mientras las reservas globales de petróleo alcanzarían para satisfacer la demanda global de las próximas cuatro décadas, las de gas natural permitirían cubrir los requerimientos de los próximos sesenta años[4]. De este modo, la gran mayoría de los países se verán obligados a reestructurar sus sistemas energéticos, favoreciendo el impulso de opciones no convencionales y especialmente de energías alternativas.
Chile debe abordar estos desafíos, que no tienen una respuesta simple, con una estrategia que priorice enfáticamente el desarrollo de fuentes renovables no convencionales domésticas.
La orientación exportadora de nuestra economía y la creciente necesidad de competitividad robustecen la urgencia de avanzar en esta línea, principalmente debido al progresivo aumento que habrá de los requerimientos ambientales en los mercados globales.
De hecho, y a pesar de que hoy Chile no enfrenta metas de reducción de gases efecto invernadero (GEI), el virtual ingreso del país a la OCDE reforzará esta estrategia, la que probablemente implicará asumir compromisos en esta materia. Adicionalmente, es probable que los acuerdos post Kioto 2012 también deriven en un mayor compromiso en este sentido para los países de mayor desarrollo.
Todo lo anterior afectará también al alza durante las próximas dos décadas la presencia de las energías renovables no convencionales en la matriz energética nacional, debido a que a partir de entonces la producción de energía requerida por los diversos sectores provendrá en gran medida de ellas.
Dado que la consecución de todos estos propósitos es a largo plazo, es preciso desarrollar una estrategia de transición energética hasta el año 2030 basada en cuatro fines cruciales: i) Alcanzar un abastecimiento seguro, ii) preparar a Chile para los desafíos posteriores, iii) hacer más eficientes los procesos asociados a la producción, transformación, trasporte y consumo de energía, y iv) ser líderes regionales en producción de ERNC.
Lograr lo anterior, empero, requerirá de un esfuerzo amplio que abarca desde reformas y modernizaciones institucionales y regulatorias hasta iniciativas de desarrollo tecnológico, entre muchas otras.



[1] CNE, 2008. Política Energética: Nuevos Lineamientos. Transformando la Crisis Energética en una Oportunidad. Comisión Nacional de Energía, Santiago.
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] Hayward, T. 2009. Global Challenges: Latin American Opportunities. Presentación ofrecida en la conferencia “18th Annual Latin American Energy Conference”, Institute of the Americas, La Joya, California, 12-13 de mayo 2009.